En Puebla, donde convivimos con 217 municipios que van desde enclaves rurales serranos hasta ciudades con más de medio millón de habitantes, la pregunta que sigue flotando es: ¿necesitamos más municipios? Y desde una mirada municipalista, la respuesta no es tan sencilla como un “sí” o un “no”. Es más bien una invitación a replantear cómo entendemos el poder local y qué significa, en serio, la autonomía.
Municipalismo no es solo descentralización. Es reconocer que las decisiones más importantes para la vida cotidiana (el agua, la recolección de basura, la seguridad vecinal, el alumbrado, los servicios públicos marcados por el Art. 115 Consttitucional) se resuelven (o no se resuelven) desde el nivel más cercano a la gente: el municipio. Y cuando ese gobierno cercano no escucha, no llega, o se queda en la cabecera ignorando a sus comunidades periféricas, es natural que la gente busque otras formas de hacer valer su voz.
Ahí entran ejemplos como San Francisco Totimehuacán, en la capital poblana, o Atencingo, en el municipio de Chietla, entre otros, comunidades con identidad, historia, peso económico, estructura urbana… pero sin autonomía política. Son, en los hechos, espacios urbanos consolidados, con miles de habitantes que pagan impuestos, consumen, producen riqueza y sostienen la vida municipal. Y sin embargo, no deciden sobre su propio destino.
Desde una lógica municipalista, no se trata solo de que “les toca” ser municipio, sino de algo más profundo: que ya operan como tales, pero sin los instrumentos legales ni los recursos para ejercer esa función. No es solo por orgullo o tradición; es por justicia territorial.
En Totimehuacán, por ejemplo, hay más habitantes que en decenas de municipios de la Sierra Norte o la Mixteca. Hay comercio, servicios, universidades, zonas industriales. ¿Por qué depender de una presidencia municipal que está a más de 10 kilómetros y que, históricamente, ha priorizado el Centro Histórico o la zona de Angelópolis? Atencingo, por su parte, es el corazón productivo de Chietla, con miles de jornaleros cañeros, ferias, actividad agroindustrial… y sin embargo, no decide sobre su presupuesto, ni sobre su desarrollo urbano.
Más de Acá Entre Nos: Regidores y síndicos: el eslabón olvidado del poder municipal en Puebla
Desde esta perspectiva, la creación de nuevos municipios puede ser una herramienta legítima para reconstruir el pacto local. Pero ojo: no puede usarse como moneda política, ni puede sostenerse sobre estructuras débiles. La autonomía sin capacidad de gestión no empodera; solo decepciona.
Por eso, un enfoque municipalista serio implica condiciones mínimas: participación ciudadana real, capacidad administrativa básica, gobernanza democrática, ingresos suficientes y mecanismos de rendición de cuentas. No se trata de crear más oficinas municipales, sino de construir gobiernos locales que sean verdaderamente de la gente.
El Congreso del Estado no debería ver estas demandas como un capricho, sino como señales de alerta sobre el modelo actual. Si tantas comunidades quieren su propio municipio, es porque algo no está funcionando en los que ya existen. Y no se trata solo de hacer más, sino de hacerlos mejor: fortalecer los mecanismos de decisión en las juntas auxiliares, descentralizar presupuestos, obligar a los municipios grandes a planear con perspectiva territorial, no solo desde el centro hacia la periferia.
Puebla no necesita más burocracia, necesita más democracia territorial. Si eso implica nuevos municipios donde las condiciones lo permitan, adelante. Pero igual de urgente es revisar la manera en que funcionan (o no funcionan) los 217 que ya existen.
Acá entre Nos, el municipalismo no es un mapa con más rayas, es un proyecto de ciudadanía. Y si queremos que las comunidades vivan con dignidad, necesitamos gobiernos locales fuertes, cercanos y legítimos. Con Totimehuacán, Atencingo, o cualquier otra comunidad que hoy pide ser escuchada, el debate no es solo si puede ser municipio… sino qué tipo de municipio necesita ser.
** El autor es municipalista
Correo: gabriel.lopez@ideasac.org.mx