Los procesos de descomposición en una sociedad tan compleja como la que nos envuelve son casi imperceptibles hasta que nos roza, nos alcanza de manera directa o indirecta. Eventos criminales que toca fibras propias o de nuestro entorno inmediato. Es ahí cuando se puede advertir el peso de la realidad, soslayada inconscientemente.
Justo eso acaba de suceder con quienes frecuentan ámbitos que en absoluto, nada tiene que ver con entornos delictivos, sino al contrario. Por la naturaleza de quienes integran grupos de atletismo, deporte de alto rendimiento en sus diversas disciplinas, son mujeres y hombres habitualmente sanos, de mente y corazón, salvo muy extrañas excepciones.
En los últimos días con la ejecución del entrenador de box Daniel “Danger” Rico Vega, de 32 años de edad en Barranca Honda ocurrido el 28 de octubre tocó fibras de quienes lo conocieron en vida como lo que fue: un joven que dedicó su vida al deporte, a las artes marciales mixtas y a la preparación de alumnos en centros de adiestramiento como Excersite, que aperó en la plaza comercial en donde ahora opera Solesta y luego en Acuática Nelson Vargas, ambos en la zona de Angelópolis.
El crimen que costó la vida a “Danger” se inscribe en una violenta jornada en Puebla que ha cobrado la vida de unas 40 personas en los últimos 15 días, sin que hasta ahora haya un solo detenido.
En su última conferencia de prensa, el titular de la Fiscalía General del Estado, Gilberto Higuera Bernal anticipó una pronta identificación y captura de los responsable de la muerte del deportista poblano y un primero del que se desconoce su identidad.
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El homicidio de Rico Vega y de su pariente a quien no pocos deportistas en Puebla conocieron como un joven comprometido, disciplinado y alejado de toda frivolidad, rompe el paradigma con el que se ha trazado la narrativa oficial y que apunta siempre a crímenes cometidos entre bandas delictivas que pelean la plaza.
Los primos murieron a manos de un grupo de sicarios por el cobro de una afrenta, luego de una pelea callejera de la que la otra parte sacó la peor parte. El hecho de que el ajusticiamiento no haya sido por una disputa criminal no quita la virulencia con la que todo mundo convive en el día a día.
Ilustra la ejecución de un personaje que se encontraba hospitalizado en el municipio de Atlixco. El grupo armado entró a las instalaciones hospitalarias y actuó con frialdad, como sucedió con los elementos policiacos que montaban guardia.
Los uniformados que tuvieron el infortunio de montar guardia a las afueras del hospital en ese municipio no pudieron repeler el ataque porque fueron masacrados sin ninguna oportunidad de salir con vida. La patrulla mostraba al menos 60 impactos de bala.
Ese solo dato permite confirmar que los autores materiales y quien haya estado detrás del atentado, se permitió la arrogancia de exhibir su capacidad de fuego y logística; fue una señal de poder como la que exhibieron los criminales que incendiaron un auto a las afueras del cuartel general de la Secretaría de Seguridad en Cuautlancingo junto con una hielera y restos humanos el 9 de septiembre pasado.
El proceso de descomposición en el entorno poblano registra un nivel de crecimiento indeseable, pero perceptible. Las señales están a la vista y ya tocó a las puertas de quienes se mantienen ajenos a la agenda delictiva, que somos la enorme mayoría.