Vivimos en una sociedad en la que el maniqueísmo se manifiesta en cada acción ciudadana. Ejemplo, veganos contra carnívoros, taurinos contra ambientalistas, machismo contra feminismo, generación “X” contra millenials, etcétera.
Podríamos seguir citando ejemplos de grupos heterogéneos que hoy día parecen, no solo excluirse sino negarse mutuamente. No se comprende que existe una simbiosis entre cada orden social o, como dice Michael Foucault, vivimos entre micropoderes que nos obliga a convivir con otro tipo de pensamiento e intereses.
Esta clasificación, y segregación, que vemos a diario, es la que practica el Presidente. No puedo asegurar si por estrategia política, atavismo o ingenuidad ideológica, pero él se suma a este maniqueísmo ridículo y añejo que solo divide a la población añadiendo sus propios conceptos: los corruptos y los no corruptos, los amantes de la patria y los enemigos de la misma, los “de arriba” y los “de abajo”.
Como sabemos, del lado de los corruptos, los enemigos de la patria y los “de arriba” están sus adversarios y enemigos, y del otro lado, sus amigos y aliados. Generando solo encono y rencillas entre personas y ciudadanos que vamos hacia la misma dirección, la estrategia política (si es que la es) le funciona. Sus admiradores, sin darse cuenta, empiezan a ver como enemigo y traidor a la patria al vecino que, viviendo en condiciones muy similares, piensa diferente.
Los subalternos al mesías entienden bien la estrategia (porque eso fue lo que los llevó al poder en 2018), dividir, dividir y dividir hasta generar el caos suficiente donde únicamente sea el mismo mesías, el que ordena dicho caos con la misma estrategia, repitiendo las mismas ideas: ellos están mal, nosotros estamos bien, ellos son los malos y por eso debemos extinguirlos.
Su acierto, es que el discurso maniqueísta es inagotable. La tendencia es esa, negar al contrario, negar su diferencia, sea esta tradicional o moderna y, como un gran surfista, el Presidente aprovecha el gran oleaje de la sociedad moderna que le es más fácil y cómodo elegir un bando o un color y atrincherarse en este, en lugar de entender y comprender la existencia del contrario.
Ha logrado, a través de una gran clasificación estereotipada, vender la idea de que los opositores son los vampiros que roban las almas de la gente buena e inocente. Solo aquel opositor que decide pasarse a su bando es aquel que merece el perdón y la redención porque ha reflexionado.
Nadie puede opinar en contra, distinto; los interlocutores son robots que solo siguen una orden, obedecer. Sin capacidad de diálogo, de discusión, de argumentación y de empatía, el partido gobernante ha encontrado una forma de conducirse que es fácil y rentable “¿estás con los buenos o con los malos”.
Siendo así y observando que la tendencia es optar por un lado u otro, los ciudadanos seguiremos divididos por el discurso maniqueo que se repite a diario a las seis de la mañana sin que haya cambio o beneficio alguno.