El objeto de la diatriba de la oposición en México debe hacer maletas este fin de semana en Palacio Nacional para salir a su casa en la zona de Tlalpan. El lunes será su último día como presidente de México, cargo para el que protestó el cargo en 2018, desde donde se planteó instaurar un nuevo modelo político del que se duelen los opositores.
El maneja de casa deberá ser un poderoso símbolo para el país a partir del 1 de octubre. La voz estentórea que vaticinó erróneamente un colapso de la economía, inflación sin freno, fuga de capitales y una inversión extranjera directa ahuyentada por el fantasma del comunismo deberá replantear su estrategia.
Nada de lo que predijeron ocurrió en el país que mantiene indicadores económicos con estabilidad, matizados por periodos de inestabilidad habituales en un país interconectado con el mundo y una multiplicidad de acuerdos comerciales con Estados Unidos, Canadá y la Unión Europea.
Advirtieron desde 2006 que un triunfo de López Obrador era sinónimo de peligro para las instituciones. El único riesgo que trajo, aunque nadie lo admitirá nadie pues la sinceridad no es una moneda que porten en sus alforjas, es el de haber perdido prebendas y réditos mal habidos.
Sucedió con la mafia que proveía medicamentos al sistema de salud en el país y hasta hubo medios críticos del presidente que ya debe tener hasta el cepillo dental entre las pertenencias prestas a cambiar de locación, que se beneficiaron de esos acuerdos mafiosos para abrir metralla contra el modelo político del que despotrican una y otra vez.
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En Puebla hubo personajes de la escena pública, traficantes de influencias para negociantes de obra y proveeduría que se llenaron la boca para advertir que sacarían sus capitales de México si el tabasqueño ganaba la Presidencia de México en la elección en la que José Antonio Meade y Ricardo Anaya compitieron por el PRI y el PAN.
No solo no se fueron del país, sino que tiempo después regresaron sin mucho éxito a lo suyo: tranzar para avanzar mediante acuerdos oscuros con el cascajo burocrático de lo que quedaba entre los rincones del aparato gubernamental, en la búsqueda de contratos para presuntos empresarios sin escrúpulos.
Guardaron su dignidad para mejor ocasión, se acomodaron la solapa, respiraron hondo y corrieron a desayunos, reuniones y concentraciones para aplaudir sin freno o buscar la mirada efímera de los nuevos actores de la vida pública, en la 4T que serán gobierno.
López Obrador se muda de residencia, no como los críticos falaces lo quisieran, a su finca en Palenque, sino a su casa en la capital del país. No estará ya en la Presidencia de México y fuera del poder, los sectores conservadores que han recaído en las últimas horas en su discurso de odio, requerirán un nuevo villano.
Sin el expresidente a partir de las cero horas del martes próximo, solo tienen enfrente a la presidenta Claudia Sheinbaum; al secretario de Organización de Morena, Andrés López Beltrán; o al presidente del Senado, Gerardo Fernández Noroña.
La triada en la mira de los conservadores es indispensable para mantener viva la narrativa de descalificación porque como en el universo, la maldad necesita del bien para justificar su existencia. Es la ley del equilibrio… Y del entretenimiento para el solaz de quienes poseen mayor razonamiento y sentido común. Es lo que hay.