Sorprende el nivel de polarización entre mexicanos a ocho días exactos de que Andrés Manuel López Obrador deje la Presidencia de México en manos de Claudia Sheinbaum Pardo, quien como ya se ha dicho con suficiencia, será la primera mujer en ocupar la mas alta responsabilidad política en nuestro país.
Mayor azoro es que de entre toda la clase política congregada en el Consejo Nacional del partido oficial, la algarabía por el nombramiento de un nuevo Comité Nacional en Morena se le hay hecho el vacío a la agresión física que el mandatario a punto del retiro vivió en el Puerto de Veracruz, cuando un personaje detrás del coro encendido que lo llamaba “dictador”, arrojó una botella de agua que estuvo cerca de golpear al tabasqueño.
El gobernador de Veracruz, Cuitláhuac García, que resultó una caricatura de si mismo frente al pueblo de ese estado, fue incapaz de advertir la abierta agresión a quien le debe haber sido candidato cuando su perfil no hubiera dado ni para analista B en cualquier oficina gubernamental, y ahora a punto de terminar su mandato.
Se trata de la segunda escena violenta en la que la cúpula del Movimiento de Regeneración Nacional vive con horas de diferencia. La primera se produjo con el presidente del Senado de la República, Gerardo Fernández Noroña a quien un personaje que salió del anonimato de nombre Carlos Velázquez de León Obregón ya se había exhibido frente a Claudia Sheinbaum en un lugar público en Monterrey cuando le dijo con odio exultante: “hasta Lugo destructores de México, produciendo pobres con el kakas”.
En el caso del ataque directo a López Obrador también se debe entender como el resultado de la frustración prolongada desde que se produjo la elección del 2 de junio que dio como resultado una aplastante victoria del oficialísimos sobre una oposición diluida, rechazada abiertamente por electorado y que dio origen a la arenga de un sector conservador: “a disfrutar lo votado”.
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No ha habido sangre en ninguno de los eventos que el país vio en las últimas horas y el sentido común y razonamiento indican que así deba ser porque la historia de América Latina está llena de episodios en los que la polarización, conducen a largos periodos de sufrimiento.
En 1968 hubo un gobierno priista de corte dictatorial con Gustavo Díaz Ordaz que suprimió libertades como la de reunión o protesta tras las manifestaciones estudiantiles que proclamaban mayores espacios de libertad para los jóvenes de la época que llevaron a la masacre en la Plaza de las Tres Culturas en Tlatelolco el 2 de octubre de aquel año.
Las secuelas de ese gesto de autoritarismo, aún se padece en México y una muestra triste y condenable es la suerte que corrieron los 43 estudiantes de la Escuela Normal Rural Manuel Isidro Burgos de Iguala, Guerrero que fueron levantados, martirizados y ejecutados en Chilpancingo por un grupo delictivo cuando se disponían a “botear” para financiar el traslado a las manifestaciones conmemorativas del 2 de octubre de hace diez años en la Ciudad de México.
O si quiere ver con mayor precisión, el Golpe de Estado de Augusto Pinochet el 11 de septiembre de 1973 en Chile que terminó con la vida del presidente de ese país, Salvador Allende. El generalato que condujo las riendas de aquella nación prohibió hasta la libertad sindical, por decir lo menos.
La derecha clasista que ofende y amenaza abiertamente y que pasó al ataque directo, como ha sucedido con Fernández Noroña y López Obrador, no tendría empacho en la utilización de la vía armada, el uso del Ejército o la Marina con una salvedad: las Fuerzas Armadas han tenido consideraciones presidenciales en este sexenio como nunca antes, que hace impensable atentar contra el poder civil y legítimo que votó la mayoría del electorado.